Unos bollos suecos y una que se pone un poco trascendental a veces…

por memyselfandmykitchen

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Últimamente llevo una racha vaga en el frente fotográfico. No sé si es el hambre lo que me quita las ganas de esperar a hacer la foto antes de comerme el plato humeante o si después de tanto blog y tanto pinterest lo que haces tú te parece un poco cutre y poco merecedor de una espera aunque sea de cinco minutos.

Puede que también me parezca un poco absurda esta obsesión que hay (me incluyo) por documentarlo todo. Es verdad que a todos nos gusta tener una foto de un momento para acordarnos del momento o de lo que hicimos, pero a veces parece que todo lo llevamos a extremos. Cuando el hacer la foto es lo que hay detrás de un plan o una visita, ese plan o esa visita deja de tener sentido. Hay que hacer las cosas porque te apetecen en ese momento. Si no lo ve nadie, pues que no lo vea. Si no lo cuentas en ningún sitio y no te llevas la cámara, pues mira, ¡menos peso cargarás!

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Eso me ha pasado últimamente: sí que he cocinado y sí que he conseguido cavar y volver a cavar mi propio huerto para dejar pasar tres semanas sin poner el riego ni plantar y tener que volver a cavar otra vez, pero en ese momento no me ha apetecido quitarme los guantes, sacudir la arena y sacar la reflex. Que conste que me apetece tener una especie de diario de huerto para ir apuntando lo que voy aprendiendo, lo que tengo que sembrar en cada momento, lo que se da bien y lo que se da mal, pero el momento foto se ha restringido al móvil y a veces ni eso. He preferido hablar con el paisano o con mi vecino de huerto, que bien podía no ser muy fotografiable en su chandal del decathlon, pero que ha sido majísimo.

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Esto es un poco incongruente con querer hacer una especie de índice de recetas y anécdotas asociadas que es, precisamente, en lo que consiste un blog de cocina, pero como creo que hay tiempo para todo, de vez en cuando con que te sobren dos bollos de una merienda para hacer una foto al día siguiente cuando estás tú sola en casa, ya vale. No hace falta parar toda la merienda (como reconozco que he hecho otras veces) para que el plato esté colocado así o asá.

Eso me pasó hace un par de semanas cuando, para rememorar nuestro viaje a Estocolmo y la ingesta diaría de, al menos, dos bollos de canela, se vinieron unas amigas (casualmente aficionadas a la fotografía) a merendar a casa. Llegaron y en lugar de ponernos a colocar la mesa con el mantel, esto así y lo otro asá sustituimos la actividad moñi por la actividad española por excelencia: el cotilleo y el marujeo. Mientras tanto los bollos, sacados del blog que yo asocio a Estocolmo, cocinándose en el horno y la casa empezando a oler a gloria bendita. En estos momentos a veces me da rabia esto de ser cocinillas. Estás en la cocina, oyes murmullos, pero ¡no te enteras de nada!. A veces hasta le pido a la gente que espere un poco y que hable de tonterías mientras estoy «de trajín» (una que es intensa para todo).

Al final pasó lo que tenía que pasar: para cuando salieron los bollos, recientes, bañados con el glaseado de azúcar que ya no me acuerdo de si llevaba la receta o no pero que yo le echo a todo bollo que sale de mi horno no nos pudimos resistir. Ni mantel ni plato ni nada. Sacamos el móvil, que en estos casos es un buen invento, y mientras nos comíamos un bollo, sacábamos la foto para la posteridad con los que quedaban.

Menos mal que sobraron dos y al día siguiente antes de liquidárnoslos para desayunar saqué un par de fotos para tener «algo con lo que dar soporte a la descripción». La receta la tenéis aquí.

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